martes, 22 de mayo de 2012

El precio de la soledad



"En un mundo feo y desdichado el hombre más rico no puede comprar nada más que fealdad y desdicha."

George Bernard Shaw

Mientras deambulaba por la calle sin un destino más o menos claro, esa es la suerte de aquel que no tiene nada que hacer, suerte que puede convertir en desdicha para algunos sin lugar a dudas, pasó por delante de su bar de cabecera.

Todo hombre que se precie como tal ha de tener un bar de cabecera, así lo dictan las leyes no escritas de la hombría. Un bar de cabecera es el lugar donde entras y conoces a todos los parroquianos, o al menos a los frecuentes, conoces a las camareras y el dueño sale a saludarte cuando entras, eso es un bar de cabecera. Por supuesto esas son las características mínimas que ha de cumplir un bar para poder denominarse así, pero al final, si el lugar en un sitio de fiar, todos conocerán la bebida que tomas y, por supuesto, tu nombre de pila.

Entró, pues la inercia del día a día le empujaba a ello, y allí se encontró lo que encontraba cada vez que iba, las chicas de sonrisa fácil, la mesa de billar y a Antonio.

Encontrarse a Antonio siempre era motivo de alegría, aunque no podamos dilucidar muy bien para quién, sin lugar a dudas mucho para Antonio, pero también en cierta medida para él mismo. Antonio era un tipo de sonrisa fácil y aspecto peculiar. Vivía anclado en los ochenta, con su chupa vaquera y un melena enredada, siempre con un pitillo en la boca, unas veces de tabaco y otras no. Antonio era Antonio Vega cantándole a la chica de ayer, la mirada de ambos muestra el mismo cansancio, sus ojos son los de aquel que ha visto y vivido muchas cosas y todo lo ha hecho de un modo demasiado intenso.

Antonio y él charlaron, como de costumbre, de todo un poco, de la vida, de las cosas que dejaron atrás, de los errores del pasado. Mientras lo hacían, Antonio apuraba una copa tras otra, como era habitual en él, el whisky formaba parta tanto de él como el propio cigarrillo, ambos siempre presentes, uno en la comisura de sus labios y el otro en su mano izquierda. En un momento dado, la conversación giró hacia lo duro que es estar solo, lo difícil que es levantarse cada mañana y no encontrar a nadie a tu lado. Yo no quiero estar solo, le confesó Antonio, por eso tengo a May.

May era la novia de Antonio. Una chica de aspecto exótico aunque extremadamente delgada, sin duda alguna para ira a juego con el propio Antonio. Siempre tenía una sonrisa en los labios y un palo de billar en las manos.

Él siempre pensó que la relación de Antonio y May era un tanto rara, pero, primero por no ofender, y segundo porque no era asunto suyo, nunca se atrevió a preguntar a Antonio por ello. Esa noche la cosa cambió, tal vez fuese porque Antonio y May habían discutido, o, simplemente, porque la conversación derivó hacia ello, pero esa noche Antonio termino por sincerarse. Quinientos euros le pago a May todos los meses para que esté conmigo, soltó de pronto, eso es lo que me cuesta no estar solo.

Verás, dijo Antonio, cuando llegué aquí estaba completamente solo, casi ni recuerdo el tiempo que pasé sin hablar con nadie, una gata blanca que adopté era mi única compañía, y era ella la encargada de escuchar mis penas. Un día conocí a May y mi soledad se acabó, pero claro, tenía un precio, el precio de la soledad. Cada mes he de pagarle puntualmente o ella desaparecerá para siempre. Algunos días se hace duro, muy duro a decir verdad, sobre todo cuando me dice que me quiere, esos son los peores momentos. Alguna vez ha llegado incluso a decirme que quiere tener un hijo conmigo; yo no quiero tener un hijo de puta, comentaba Antonio con la mirada vacía.

Mientras Antonio contaba todo esto él no sabía muy bien qué hacer o qué decir. Si bien es cierto que la noticia de que May fuese una prostituta no le resultó del todo sorprendente, puesto que ya lo sospechaba hace tiempo, sí lo fue el hecho de escucharlo así, de forma tan repentina. Un pesado silencio se alzó entre ellos hasta que al fin le respondió -supongo que es difícil estar solo.

Antonio, con ojos vidriosos por lo que acababa de revelar, contestó que sí, que es muy duro estar solo, que él no quería estar solo. Puede que esta situación sea algo dura algunas veces, especialmente en días como hoy, le dijo, pero la alternativa es mucho peor.

¿Sabes qué es lo peor de todo? le dijo Antonio mientras se levantaba del taburete en el que se encontraba y apuraba de un trago la copa, que la quiero. Con esta última frase se marchó del bar dejándole solo con sus pensamientos.

2 comentarios:

Jenn dijo...

La soledad es caprichosa, cuando es deseada no se nos ocurre nada mejor que ella, pero si no lo es, puede ser el peor castigo. La soledad no tiene precio, ni puedes comprar su presencia, ni su ausencia, pues de ser así, descubriremos que es falsa, tanto si está, como si la enmascaramos con algo irreal. La soledad viene y va, rodeado de gente o en el páramo más remoto. Lo que decía... Caprichosa es...

Oscuro dijo...

Sin duda, aunque creo que realmente la soledad es fácil de conseguir, muy muy fácil si se quiere (no tienes más que irte al otro lado del mundo y listo). Lo que no es tan sencillo es poder librarse de ella si no se desea.

Un besito